17 de mayo de 2010

“Él nos amó primero”


HACE casi dos mil años, en un día de primavera, se juzgó a un inocente, se le declaró culpable de delitos que no había cometido y se le torturó hasta morir. Aunque no era la primera ejecución cruel y arbitraria de la historia, ni sería, por desgracia, la última, aquella muerte fue diferente de todas las demás.


Durante las horas de agonía de la víctima, hasta el cielo marcó la trascendencia del suceso. En pleno mediodía se abatió la oscuridad sobre la tierra, de modo que, como dice un historiador, “falló la luz del sol” (Lucas 23:44, 45).

Luego, poco antes de exhalar su último aliento, aquel hombre pronunció estas inolvidables palabras: “¡Se ha realizado!”. Así es, al entregar su vida, logró algo maravilloso. Aquel sacrificio fue la mayor muestra de amor que haya dado un ser humano (Juan 15:13; 19:30).

Seguramente ya hemos deducido que el ajusticiado era Jesús. Son bien conocidos los suplicios y la muerte que soportó aquel triste 14 de Nisán del año 33 E.C. No obstante, a menudo se pasa por alto un factor trascendental: aunque Cristo padeció atrozmente, hubo quien sufrió más.

De hecho, aquel día se realizó un sacrificio aún mayor, la más grandiosa demostración de amor que haya efectuado persona alguna en el entero universo. ¿De qué se trató? La respuesta a esta pregunta sirve de introducción idónea al tema más importante que podamos tratar: el amor de Jehová.

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