27 de febrero de 2010

Satanás desafía a Dios (Job 1:6–2:13).

Satanás desafía a Dios (Job 1:6–2:13).
Maravillosamente se descorre la cortina de lo invisible para que podamos ver lo que sucede en los cielos. Se ve a Jehová presidiendo una asamblea de los hijos de Dios. Satanás también se presenta entre ellos.



Jehová llama la atención de los presentes a su fiel siervo Job, pero Satanás cuestiona la integridad de Job y presenta la acusación de que Job sirve a Dios por los beneficios materiales que recibe. Si Dios le permite a Satanás quitarle aquellos beneficios, Job se apartará de su integridad. Jehová acepta el desafío, aunque impone a Satanás la restricción de no tocar a Job mismo.

Al confiado Job empiezan a sobrevenirle muchas calamidades. Incursiones de sabeos y caldeos le quitan sus grandes riquezas. Una tormenta da muerte a sus hijos y sus hijas. Esta prueba severa no logra que Job maldiga a Dios ni se aparte de él. Más bien, él dice: “Continúe siendo bendito el nombre de Jehová” (1:21).


Satanás, derrotado y probado mentiroso en cuanto a la acusación que había lanzado, se presenta de nuevo ante Jehová y hace este cargo: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma” (2:4). Satanás alega que si a él se le permitiera tocar el cuerpo de Job, podría hacer que Job maldijera a Dios en su cara. Con permiso para hacer todo menos quitarle la vida a Job,


Satanás hiere a Job de una enfermedad terrible. La carne de Job queda “vestida de cresas y bultos de polvo”, y su cuerpo y su aliento se les hacen hediondos a su esposa y sus parientes (7:5; 19:13-20). Una indicación de que Job no ha violado su integridad es que su esposa le dice: “¿Todavía estás reteniendo firmemente tu integridad? ¡Maldice a Dios, y muere!”. Job la reprende y no ‘peca con sus labios’ (2:9, 10).


Satanás levanta ahora a tres compañeros que vienen a ‘consolar’ a Job. Son Elifaz, Bildad y Zofar. De lejos no reconocen a Job, pero luego proceden a alzar la voz y llorar y a aventar polvo sobre sus cabezas. Después se sientan en la tierra ante él sin decir ni una palabra. Tras siete días y noches de este ‘consuelo’ silencioso, Job finalmente rompe el silencio; abre un debate extenso con sus supuestos condolientes (2:11).

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