22 de marzo de 2010

El Creador se revela a sí mismo para nuestro beneficio

UNOS tres millones de personas se hallaban, entre truenos y relámpagos, frente al monte Sinaí, una elevada montaña de la península del mismo nombre. Bajo el monte, envuelto en nubes, el suelo tembló. En tales circunstancias memorables, Moisés introdujo al antiguo pueblo de Israel en una relación formal con el Creador de los cielos y la Tierra (Éxodo, capítulo 19; Isaías 45:18).



Pero ¿por qué se revelaría el Creador del universo de un modo especial a una sola nación, que además era comparativamente pequeña? Moisés dio la razón: “Por amarlos Jehová, y por guardar la declaración jurada que había jurado a sus antepasados” (Deuteronomio 7:6-8).


Esta declaración indica que el contenido de la Biblia incluye mucho más que solo hechos sobre el origen del universo y la vida en la Tierra. Informa asimismo sobre la relación del Creador con el hombre, en el pasado, en el presente y en el futuro. La Biblia es el libro más estudiado del mundo y el de mayor circulación, de modo que cabría esperar que todo el que valorara la educación la conociera bien. Obtengamos, pues, una visión de conjunto de su contenido, empezando por la sección llamada Antiguo Testamento. Este repaso nos ayudará, además, a profundizar en la personalidad del Creador del universo y Autor de la Biblia.

En el capítulo 6, “¿Puede confiarse en un relato antiguo de la creación?”, vimos que el primer libro de la Biblia nos ofrece la única información disponible sobre nuestros primeros antepasados, nuestros orígenes. Pero este libro bíblico dice mucho más.


Las mitologías griegas y de otros pueblos hablan de un tiempo en que los dioses y los semidioses se relacionaron con los seres humanos. Por otra parte, los antropólogos han descubierto en todo el mundo leyendas sobre un diluvio antiguo que barrió a la mayor parte de la humanidad. Mitos, sí, pero ¿sabíamos que solo el libro de Génesis nos revela los hechos históricos subyacentes que más tarde evocaron tales mitos y leyendas? (Génesis, capítulos 6, 7.)


En el libro de Génesis también leemos acerca de hombres y mujeres —gente creíble con quienes podemos identificarnos— que sabían de la existencia del Creador y tuvieron en cuenta su voluntad en la vida. Vale la pena conocer a hombres como Abrahán, Isaac y Jacob, que fueron algunos de los “antepasados” a los que Moisés hizo alusión. El Creador llegó a conocer a Abrahán y lo llamó “mi amigo” (Isaías 41:8; Génesis 18:18, 19). ¿Por qué? Porque después de observarlo confió en él como hombre de fe (Hebreos 11:8-10, 17-19; Santiago 2:23). La experiencia de Abrahán muestra que Dios es accesible. Aunque su poder y capacidad son impresionantes, Dios no es una mera fuerza o causa impersonal. Es una persona real con quien los seres humanos como nosotros pueden cultivar una relación respetuosa para su beneficio duradero.


Jehová prometió a Abrahán: “Mediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18). Esta promesa complementa o extiende la que se hizo en tiempos de Adán sobre una venidera “descendencia” (Génesis 3:15). Efectivamente, lo que Jehová le prometió a Abrahán confirmó la esperanza de que con el tiempo vendría alguien —la Descendencia— que haría posible la bendición de todos los pueblos. Este es el tema central de la Biblia, de principio a fin, lo que pone de relieve que este libro no es una colección de diversos escritos humanos. Además, conocer el tema de la Biblia nos permite entender que Dios utilizó a una nación antigua con el objetivo de bendecir a todas las naciones de la Tierra (Salmo 147:19, 20).


Este objetivo expreso indica que Jehová ‘no fue parcial’ cuando trató con Israel (Hechos 10:34; Gálatas 3:14). Es más, aunque Dios trató principalmente con los descendientes de Abrahán, la gente de otras naciones también podía unirse a ese pueblo para servir a Jehová (1 Reyes 8:41-43). Y, como veremos posteriormente, la imparcialidad de Dios es tal que hoy todos nosotros —sin importar cuál sea nuestra etnia o nacionalidad— podemos conocerle y agradarle.

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